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martes, 29 de agosto de 2017

ARQUITECTURA RETICENTE

ARQUITECTURA RETICENTE
Autor: Erick Bojorque Pazmiño
Fecha: agosto de 2017








Antecedentes.

Ser arquitecto es edificar obras edilicias, pero también implica la edificación de sí mismo, pues solamente la persona consciente puede hacer arquitectura que logre la sanidad de las personas usuarios. No es errar ubicar la arquitectura muy cerca de la sanidad pues históricamente los arquitectos han tenido que ver con la salud. Apolo era el constructor de las ciudades, pero también el que proporcionaba las mejores condiciones de vida para la humanidad asentada en tales trazos. Ptah, dios egipcio creador, no solamente era el edificador de ciudades sino también era aquel que se auto edificaba. Por lo tanto, la arquitectura y su manifestación están relacionados con sanidad. Al desarrollar la Arquitectura Energética Consciente que es un modo de pensamiento y de diseño que une tanto lo académico con la sanación pránica y la gnosis, nos vimos en la necesidad de dotar de una estética a dicho modo proyectual y lo encontramos en la reticencia.

La búsqueda nos permitió comprender que la estética no es belleza y su cristalización, sino que siendo una parte de la filosofía se corresponde por lo mismo en una manera de asimilación de la verdad aprehendida a través de la percepción sensible que en el ser humano se ejecuta a través de los cinco sentidos físicos, los cuáles se convierten por ello en las herramientas que inducen hacia la verdad en el profano que sabe cómo poner atención plena a los eventos externos de la materialidad física para que las impresiones de él, labren los surcos que lleven a la verdad del instante. Esa inducción estética la denominamos reticencia.

Verificando tal propósito tratamos de vislumbrar lo que occidente y oriente han hecho al respecto de la estética, sin retrotraernos de manera anacrónica sino con la simplicidad de la pregunta tal, de ver.

En occidente, la estética solamente mira lo formal, la plástica, la belleza; la que, en arquitectura, se sostiene en los tratados de un solo constructor romano con filiación al mundo de la ingeniería como lo era el pueblo romano al que pertenecía y que es Marco Vitruvio, quién tuvo la fortuna post mortem de ser la única fuente de inspiración para el renacimiento occidental desde su tumba en Pompeya. Si bien no lo dijo directamente, pero sus palabras “venustas, firmitas y utilitas” que en español resultan ser “belleza, firmeza y utilidad” han dado origen a gran parte del pensamiento arquitectónico de la época que a ultranza ha convertido la hermosa profesión en un proceso funcional alienante que ha ocasionado gran trastorno en el mundo social al que nos pertenecemos.

Por su parte oriente ha influenciado decididamente en occidente tanto en el arte como en la arquitectura a través de dos fuentes: la japonesa y la china.

La arquitectura orgánica de Frank Lloyd Wrigth, aunque no aceptada por él, fue efecto del acercamiento del arquitecto a los templos japoneses. Pollock y el salpicar pintura tuvieron fuentes de inducción desde la obra de Mark Tobey versada en el grabado japonés. Oriente siempre ha tenido algo que aportar al mundo occidental. En Japón lo que interesa en el arte es el equilibrio que surge la consciencia del Budismo Zen, que convierte la naturalidad en la estabilidad de los pares opuestos en acción. Nada en el cosmos es sino dual. Existe lo blanco y lo negro, lo alto y lo bajo, lo concreto y lo reticente. Nada escapa al dualismo y el ser artista tanto material como de sí mismo es la viva expresión de un maestro.

El camino estético taoísta chino revela la sincronicidad de lo natural y la pertenencia del yin y el yang en fusión. Un artista del tao concreta su actividad a través de las cuatro reglas de la empatía, el ritmo vital, la reticencia y el vacío. Cada una de estas reglas van guiando al artista para que su obra sea la manifestación de su maestría interior.

Como podemos ver tanto en la antigüedad como en la época más cercana a la nuestra el arquitecto y el artista son fruto de su propia edificación que consecuentemente tiene que ver con la sanidad de las edificaciones y por extensión de las agrupaciones edilicias.

Muy interesante nos pareció entonces esa cercanía entre las reglas de la maestría taoísta y las columnas torales del templo del conocimiento griego, base de nuestra civilización, cuyos fustes se revisten de ciencia, mística, filosofía y arte. La ciencia tiene que ser empática con la fenomenología para lograr descubrir los secretos de la naturaleza. El ritmo vital es la fuerza mística del cosmos y la sincronía es el resultado del equilibrio en ella, tanto como lo es lo espiritual en occidente. La reticencia es la filosofía, el arte, si lo podemos también llamar así, de inducir la verdad que es justamente lo que habíamos estado buscando y que comprendería el soporte estético de la Arquitectura Energética Consciente. El vacío que se corresponde con el arte que es justamente la gran fuerza de “hacer nada” y “nada ser”.


Las herramientas de que se vale son los propios sentidos físicos y la audacia de edificar por sobre algo superior a la gravedad misma y que son los paradigmas estorbos que los patrones familiares, sociales, imponen. Si el arquitecto no es capaz de levantarse por sobre sus propias limitaciones que tienen que ver con la carencia de consciencia, que lo hace vivir siguiendo los mismos derroteros mecánicos, jamás podrá convertirse en luz para sus semejantes. Diseñar, construir y vivir como siempre se ha vivido, entonces ¿en dónde se encuentra el mérito? Pensar que lo que los modos de vida que sostenemos son los únicos y los mejores, es estar dormido ante la profunda manifestación de la naturaleza. Veamos solamente el caso de la vida sedentaria que se originó cuando los seres humanos dejaron de ser cazadores. La vida como la conocemos se asienta en ello y no por eso es la única forma de hacerlo. Un arquitecto reticente que practica la arquitectura energética consciente mira los paradigmas sociales, los comprende y los supera. La inducción social es el resultado de la propia edificación ya que “¿no es la auténtica creatividad una forma de emancipación de las limitaciones de la tradición más que un rendimiento a sus doctrinas?” (Pallasmaa. 2016,  p. 106)


Lo que se espera.

“La arquitectura trata acerca del mundo, de la vida y de los significados existenciales, más que de los estéticos”, (Pallasmaa. 2016, p. 113)

Esperar pertenece al tiempo y el tiempo a una moral y un espacio determinado. Cuando pensamos en el tiempo lo hacemos en pasado, presente y futuro trasladando nuestra atención del instante dado. Al hacerlo nos ubicamos como los que observamos, analizamos y juzgamos, por ello es una situación moral ya que depende del punto de vista. El espacio por el contrario tiende a permanecer ahí en donde se encuentra por ello es el referente. La arquitectura según Pallasmaa trata, interviene, toma en consideración, como lo habíamos visto como un docto sanador, al mundo, a la vida, pero como espacio y no como tiempo. El espacio enraíza, mientras que el tiempo desvanece. Para Pallasmaa “las ideas y las experiencias del tiempo se han visto suprimidas y reemplazadas por las del espacio” (Pallasmaa. 2016, p. 115) ya que se advierte la necesidad de vivir el presente de la espacialidad por sobre la moral que el tiempo ejerce. Por la velocidad en los cambios el tiempo se detiene, mientras que el espacio permanece y ¿por qué permanece?, simple y llanamente por la pertinencia sensorial física de la que está dotado el ser humano.

La mente puede viajar en el tiempo, pero los sentidos físicos mantienen en el espacio a la persona. La estética comprendida como la inducción reticente desde los sentidos físicos de una verdad deja de ser temporal y se convierte en el espacio que emerge a cada instante de la misma realidad personal. La arquitectura deja lo formal, para convertirse en el acto relevante que “permite experimentarnos a nosotros mismos como seres completamente corpóreos y espirituales” (Pallasmaa. 2016, p. 123)



Mientras que el cerebro controla nuestro comportamiento y los genes controlan nuestro plan de diseño y la estructura del cerebro, el entorno puede modular la función de los genes y, en última instancia, la estructura de nuestro cerebro. Al proyectar el entorno en el que vivimos, el proyecto arquitectónico modifica nuestro cerebro y nuestro comportamiento” Fred Gage (Pallasmaa. 2016, p. 122)

Es natural que de tanto repetir terminas pensando como aquello que haces. Es natural. Un arquitecto funcionalista no verá más allá que la disposición y la organización del flujo de personas como lo ideal y hasta lo trascendente. Miremos como todas las edificaciones actuales están contaminadas de dicho paradigma. Su vida será esa y la vida de los demás el reflejo de aquella. De tanto vivir en un edificio funcional terminas siendo un robot. Esa es la condición que nos explica Pallasmaa. No se trata de una visión materialista, sino de procesos genéticos. Tanto es así que, para edificar una vivienda, ya no se necesitan de arquitectos, simplemente la ama de casa es capaz de repetir el condicionamiento y lograr el hogar perfecto, pues se acomoda dicho trazado a los patrones mentales que lleva fuertemente enquistados. Veamos el triunfo de las urbanizaciones privadas, de los planteamientos funcionales. Son tan sencillos de aplicar por su condición de paradigma que hasta generaron burbujas inmobiliarias.

El arquitecto reticente es distinto. Es un edificador de su propia consciencia y hace cuanto más grande de su vida una obra maestra.



El impacto que un edificio tiene sobre la ciudad es imperecedero, tan o cuán grande como el del nacimiento de un infante en la familia. No es un simple acto de construcción casual, es el nacimiento de un nuevo ser con características identitarias trascendentales para la urbe. “Los edificios y las estructuras de distintas épocas enriquecen la experiencia de los lugares, pero también refuerzan nuestro sentido de pertenencia, de arraigo y de ciudadanía”, (Pallasmaa. 2016, p. 119). Los edificios no son simples hechos aislados de la ciudad, son verdaderos referentes de la condición humana de un instante.

La ciudad contemporánea es producto del arquitecto funcional y de la arquitectura que busca en la producción su permanencia y ¿hacia dónde nos ha llevado esto? Veamos el caso de Homs en Siria que fue duramente bombardeada en 2015, la arquitecta Al-Marwa Sabouni nos ilustra cómo la arquitectura actual jugó un papel importante en la destrucción de la ciudad que, como dice “la arquitectura juega un papel clave en si una comunidad se desmorona”, (Gomez, 2016) indicando las trasformaciones que la ciudad siria sufrió durante el siglo pasado al ser sometida a filosofías urbanas que “separan comunidades según clase, fe y riqueza”, (Gomez, 2016).

Así, “conforme la forma del entorno construido iba cambiando, lo hacia el estilo de vida y el sentido de pertenencia de las comunidades que también empezaron a cambiar”, (Gomez, 2016), y a distanciarse. La zonificación urbana funcional destruyó el sentido de comunidad entre las distintas comunidades que conformaban la ciudad lo que permitió que se alimentaran las posiciones sectarias y de odio. La ciudad es la extensión de las edificaciones y si una edificación está enferma puede enfermar a toda la comunidad. La ciudad funcional ha fracasado.

La ciudad reticente será una ciudad sana en donde cada edificación es la suma de detalles que inducen al despertar.



BIBLIOGRAFÍA

Pallasmaa, J. (2016, p.89). Habitar. Madrid: Gustavo Gil. Impreso.

Gomez, C. (Junio de 2016). Cómo la arquitectura de Siria creó las bases para una guerra brutal. Recuperado el 03 de Agosto de 2017, de https://www.ted.com/talks/marwa_al_sabouni_how_syria_s_architecture_laid_the_foundation_for_brutal_war?language=es#t-152196

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