ABSTRACT
La antropología como la expresión del conocimiento
puede ser corrompida si el analista es corrupto en sí mismo. Dicha corrupción
se manifiesta en el propio no saber, en la propia ignorancia personal de sus
íntimos procesos, en la incertidumbre en la que vive el ser humano, el
individuo persona y su extensión, las masas, por la necesidad de seguridad. Las
expresiones creativas no son sino el resultado de abstraer el conocimiento de
un suceso, de un evento y manifestarlo como real. La creatividad es en sí misma
la verdad desconocida de momento en momento de instante en instante y las
expresiones creativas son su materialidad, su evidencia física. Solamente la
antropología llevada acabo en la persona misma, solamente el estudio serio de
la persona humana en su propio laboratorio físico que es el organismo y su
psiquis puede desencadenar aquello que es creativo, aquello que no necesita de
expresión, ni de manifestación, aquello que es en sí inherente a sí y que está
en lo obvio de lo obvio.
INTRODUCCION
Una tarea harto difícil la propuesta por el tema de
encabezamiento. Existe una realidad que es la antropología como ciencia y otra
que son las expresiones creativas identificadas como los elementos culturales
de una sociedad. Sería un soberano error quedarse en tan superficial visión al
cotejarlos. No podríamos prescindir del ser humano convertido en la razón misma
de la antropología y en la unidad básica de una condición social que se expresa.
La persona, el individuo social, es en realidad el principal protagonista de
toda escena y situación de vida y de cada ciencia, teniendo la antropología una
particular salvedad que la distancian beneficiosamente de las demás
condiciones. Esa salvedad es el hecho de que en esencia la antropología estudia
la condición humana, estudia al hombre mismo, se estudia a sí misma, lo cuál la
privilegia, pues: ¿acaso existe otra manera de comprender el mundo, la vida, si
no es comprendiéndose a uno mismo?
De resultas la creatividad viene de la conciencia
adquirida en el basto mundo de lo desconocido, del auto conocimiento, ya que se
llama creativo a todo aquello que estando presente no pudo ser dilucidado sino
hasta que fue manifestado, hasta que fue creado.
No puede existir expresión creativa si no existe en
principio alguien que la encuentra, alguien que ha hecho su propio estudio
antropológico.
DISCUSION
“Deseos de conocer lo desconocido, de controlar lo incontrolable y de
traer orden al caos tienen su expresión entre todas las gentes” (Kottak: 4), entre
la humanidad entera. Las preguntas claves, las preguntas falaces y aquellas
terribles sobre la existencia nacen del deseo. No podríamos establecer una
fuerza mayor para mover las riendas del aparataje humano, ni podríamos
encontrar razón en ello pues el pensamiento venido de imaginarios, de ideas, de
ilusiones, no logra asidero si el deseo no insiste en conseguir su
manifestación. El deseo es por antonomasia el audaz enemigo que quiere lo
imposible y el imponderable argumento de la acción personal y por tanto del
colectivo. Sin el deseo la maquinaria, el dispositivo, la positividad no logran
adelantar su marcha. Existe deseo en el niño que busca con afán seguridad y
existe deseo en la tribu ancestral que requería respuestas a su condición de
vida. Ese impulso que galopa en el interior de cada ser humano, en el corazón
de su comunidad, es el impulso que agilita para bien o para mal, sin que
ninguno sea en esencia dañino ni beneficioso, la apuesta por el vivir, por el
sobrevivir, por el ser.
El deseo de seguridad, el deseo de sentirse a salvo, el deseo de mantener
la vida, el deseo de seguir siendo individuo, es el protagonista principal de
la teatral escena del conocimiento, del conocer, del afán por morder, masticar
y deglutir lo que ocurre, lo que pasa, lo que sucede, las circunstancias mismas
que rodean la existencia. Si no existiera ese deseo, si el humano dejara el
temor, abandonara el supuesto, el yo de la incertidumbre, entonces no existiría
el conocimiento como lo entendemos separado de un evento, sino sería algo propio
y pertinente a cada instante y a cada uno de nos sin distancia, sin
desconocimiento. Moriría el conocer, moriría el no conocer. Pero, como somos la
viva manifestación del deseo entonces el hambre por conocer se mantiene en
estado de permanente latencia, de permanente espera, como la noche espera el
atardecer o como la melodía a su creador, pues la novia que es el suceso espera
a su príncipe azul el conocer sin la certeza de que llegare a aparecer. En el
fondo mismo de la nadidad, en la profundidad del vacío sabemos que el
conocimiento es inherente a nuestra realidad ignota, a nuestra esencia perdida
y por ello lo buscamos con la desesperación del padre amoroso a por su hijo
robado; robado, pues estuvo en nosotros y en algún momento, en algún esquema
nos deshicimos de él o él se deshizo de nosotros, obligándonos a llenar ese hueco,
ese vacío con la corrupción de lo sobrepuesto, de lo impropio hasta el punto de
percibirse en el devenir que “no hay
nada natural en el ser humano.” (Cao: 233). Ese mismo deseo multiplicado por la familia,
por la comuna, por el conglomerado, se manifiesta a raudales en ansias míticas,
ancestrales, esotéricas, académicas, creando un propio argot, un propio
lenguaje, un propio esquema de funcionamiento “que hace referencia a la coherencia simbólica del conjunto de
las prácticas de un grupo particular.” (Cao: 234). Nace así lo desconocido, aquello obvio y no visto, aquello imperturbable,
dormido y hermoso, rozagante y aromático que ha de ser tomado, asido y
conquistado por el ansia de tenerlo: el conocer.
Con el conocimiento el ser humano se encanta y flirtea la arrogancia. Ya
todo está bajo control, ya todo está dispuesto para vivir sin la zozobra de lo
desconocido. Quiere imaginar que lo adquirido en sapiencia es lo real. Quiere
ajustar toda la expresión natural a su descubrimiento y por todos los medios se
idea grandes tertulias teóricas para sostener lo incontrolable, sin comprender
que no se “pretende generalizar la
particularidad, sino particularizar la generalidad” (Sandoval: 69). Goza por un instante de su ensimismamiento. Cree por
todos los medios que el “eslabón perdido” está presente y el “mono que habla”
ha surgido. Elucubra y somete todo juicio a una realidad que es aparente. La
antropología se vuelve esclava de la perversidad. Ya no es un estudio serio del
ser humano sino una pantalla sobre la que se proyectan supuestos, sobre la que
se proyectan artificios sin razón. Mira el antropólogo lo desconocido y lo
controla con el intelecto minado de falacia ancestral. ¿Cómo podría el
investigador ser un observador pertinente, un personaje imparcial y justo si no
ha tenido contacto con la verdad, con la esencia, con su propio y auténtico
conocimiento, si no ha logrado su propia realización, si no ha decantado sus
deseos, si ha dejado la corrupción de lo impuesto?. Intenta traer el orden al
caos pero es una titánica tarea que adolece de bases fundamentales, de
condiciones mínimas de valor.
Es la antropología un “estudio científico y humanístico de las especies humanas; la exploración
de la diversidad humana en el tiempo y el espacio” (Kottak: 3) un estudio que
lleva necesariamente al investigador hacia su propio misterio, hacia su propio
vacío interior, hacia su misma y fundamental búsqueda de ¿quién es? ¿hacia
dónde va? ¿de dónde viene?, desentrañando sus argumentos raídos por la
descomposición de lo sobrepuesto en educación, en preparación, en prejuicios y
vanas teorías, que lo único que han logrado manifestar es el sueño de la
inconciencia cuya mayor expresión es la no expresión creativa apartándose así de la esencia de su profesión cuál es el “encontrar
caminos humanos y efectivos de ayudar a la gente” (kottak: 16). ¿Quién podría
ayudar a un ahogante si no tiene una tabla de salvación para sí?
Un hecho creativo es la viva manifestación del
conocimiento logrado tras un evento tal. Existe creatividad en quién soluciona
un problema como en el que desplaza un paradigma por otro. Existe creatividad
en manifestar lo obvio, en lo que siempre estuvo ahí sin ser notado y que la
genialidad lo puso en evidencia. Existe creatividad siempre en el silencio de
pensamientos. Quién bulle de pensamientos no logra el conocimiento, no logra la
creatividad. Basta con oír al maestro exhortando a sus discípulos a poner
atención a sus palabras para que logren aprender. Al mecánico indicando a su
oficial el observar y hasta tomar fotografías para que con minuciosidad sepa
llegar a lo nuevo, a lo creativo.
Una sociedad que no tiene un mito para soportarla y darle
coherencia se disuelve” (Campbell: 2). El mito, aquella fabulosa narración que
explica la realidad, no es más que el conocimiento de algo aprehendido
individualmente y llevado al colectivo. Sin él no existe trascendencia para un
grupo tal. El mito explica la forma, el modo y la travesía que tuvo el
conocimiento en el avatar, el iluminado, el semidiós y la manera en la que se
impregnó en él. Ahora se narra, se cuenta, se añade y se tergiversa, pero
sostiene la identidad. ¿Cómo podría lograrse la capitulación de un pueblo si no
es destruyendo sus saberes? ¿Cómo podría mantenerse un conglomerado humano si
no es a través de pseudo-verdades que se transmiten de generación en
generación? “La cultura se origina en conceptos inconscientes, mientras que la
identidad, necesariamente consciente, hace referencia a la diferenciación
cultural, que implica a la vez inclusión y exclusión.” (Cao: 235). Pueblos y
pueblos inmersos en grandes referencias históricas se sostienen haciendo
conciencia de que en el conocimiento consciente o inconsciente y su adquisición
transferida a los suyos, les da valor como
unidad proporcional.
CONCLUSION
Por lo tanto, las expresiones creativas nacen como
manifestación del conocimiento encontrado a priori por un investigador
preparado o no, sobre un acontecimiento o suceso más específicamente llamado
situación, de donde pudo extraer ciencia, arte, filosofía y mística, los cuatro
pilares de la sabiduría; para luego expresarlos, manifestarlos físicamente en
sendos artilugios auditivos, táctiles, gustativos, visuales, olfativos, los
cuales se convierten en verdaderos significantes de la cultura y en
significados de la identidad llevados en muchos de los casos a referentes
inmateriales o materiales.
El investigador preparado se convierte por derecho
propio en el antropólogo de sí mismo, en el ardiente escrutador de la propia
verdad, de la esencia y quinta esencia de su propia manifestación, de sus
ciclos de vida.
BIBLIOGRAFIA
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